La canícula en las ciudades de la Costa peruana parece haber alcanzado proporciones insondables y Lima es un ejemplo de ello.
En los primeros días de febrero el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (Senamhi) reportó un incremento notorio, tanto en la temperatura ambiente como en la sensación térmica, siendo el martes 6 como el día más caluroso de 2024 en la capital.
Ante esta problemática latente, surge la imperiosa necesidad de cuestionar el papel fundamental que desempeñan los árboles en este contexto de inclementes olas de calor. En una urbe como Lima, donde vastas extensiones de asfalto y concreto absorben y reflejan el calor, exacerbando así la sensación térmica, los árboles ofrecen un alivio insustituible.
Un estudio llevado a cabo por científicos del Instituto de Ciencias Atmosféricas y del Clima, ETH Zurich (Suiza), revela que la presencia de árboles puede reducir la temperatura del suelo urbano hasta en 12°C durante los meses estivales.
Es ampliamente reconocido que las áreas urbanas arboladas mantienen temperaturas del suelo considerablemente más bajas que aquellas desprovistas de cobertura arbórea. Este hallazgo refuerza la estrecha relación entre el entorno citadino y la presencia de árboles, cuya sombra provee un necesario respiro al suelo, mitigando así el efecto de las altas temperaturas superficiales. La plantación de árboles en las ciudades emerge, pues, como una herramienta efectiva para contrarrestar los impactos del cambio climático.
De acuerdo con estimaciones del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología (Senamhi), se espera que la temperatura en Lima Metropolitana supere los 31°C este verano, lo que representa un aumento de dos grados centígrados respecto a los promedios habituales para esta estación, consecuencia directa del fenómeno de El Niño y su interacción con el cambio climático.
Las olas de calor, fenómenos climáticos cada vez más recurrentes, intensos y prolongados, constituyen una de las principales amenazas para la salud pública. Según el Lancet Countdown, entre los años 2013 y 2022, las muertes de personas mayores de 65 años atribuidas a estas olas de calor aumentaron en un 85 % en comparación con el periodo comprendido entre 1991 y 2000 en Perú.
La mitigación de los efectos de las altas temperaturas requiere, sin duda, de la recuperación de espacios verdes. La plantación de árboles, en particular, emerge como una alternativa vital en esta lucha contra el sofocante clima. Los árboles, mediante su proceso de evapotranspiración, no solo reducen la temperatura, sino que también purifican el aire y brindan refugio a diversas especies animales.
Sin embargo, Lima Metropolitana enfrenta un desafío considerable en este sentido. Con apenas un árbol por cada 31 habitantes, y con una selección de especies poco adecuadas para el árido clima limeño, la ciudad carece de la cobertura arbórea necesaria para contrarrestar el calor. Urge, entonces, una planificación urbana que priorice la recuperación de espacios verdes y la plantación de árboles apropiados para el entorno desértico de la capital peruana.
Arboles para Lima
El bochorno sofocante que envuelve a Lima durante los meses ardientes del verano encuentra alivio en la presencia majestuosa de árboles selectos, expertos en mitigar el calor con su sombra protectora. Entre las estrellas de esta arboleda, destacan el aromo, con sus flores doradas y una estatura que desafía los cielos; el algarrobo europeo, un guerrero resistente a los rigores del clima seco; y el imponente molle serrano, oriundo de los Andes peruanos, cuya sombra generosa abraza los sentidos con su frescura.
No obstante, el paisaje verde de Lima no se completa sin la presencia de la jacaranda, con su tronco erguido y flores lilas como pinceladas de color en el lienzo del cielo costeño, y el papelillo, con su copa globular que invita a soñar entre sus ramas.
La casuarina, llegada de tierras lejanas, despliega su manto verde en San Borja, ofreciendo un escudo contra el viento y la erosión del suelo. Y el Huaranhuay, testigo del crecimiento urbano entre Comas y Los Olivos, demuestra con su vigoroso porte que la naturaleza puede ser aliada en la lucha contra el calor implacable.
En un contexto donde las autopistas parecen eclipsar la urgencia de adaptar la ciudad al cambio climático, se alza la voz de la sensatez, recordando que las obras monumentales no pueden ocultar la necesidad imperiosa de reformas estructurales y culturales. Los líderes municipales, en su afán por brillar en la superficie, olvidan a menudo que la verdadera gestión se mide en la capacidad de forjar una ciudad integrada, donde la naturaleza y el hombre convivan en armonía, protegiendo así nuestro hogar en un planeta que, día a día, nos recuerda su creciente calor.
FUENTE: ANDINA
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