Un soldado fue a buscar a Magda Surichaqui a su casa, una noche de noviembre de 1984, para decirle que debía ir a la base militar del pueblo, Manta, Huancavelica, en la sierra central de Perú, para que diera una declaración.
En el camino a la base militar, el soldado derribó a Surichaqui y la violó. Luego «el soldado le pidió que fuera su pareja y ella aceptó por miedo».
Este es el inicio del documental «Mujer de soldado», dirigido por la peruana Patricia Wiesse Risso y que en marzo se presentará en la edición digital del Festival de Cine de Human Rights Watch, en Reino Unido.
En la época en la que Magda, la protagonista de la cinta, sufre la violación, el país estaba inmerso en el conflicto interno que el grupo armado Sendero Luminoso (SL) había desatado contra el Estado en 1980 para tomar el poder.
El enfrentamiento pudo haber dejado alrededor de 69.000 muertos, según el informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) de Perú.
En el documental, Surichaqui se reencuentra en Manta con tres amigas que también sufrieron agresiones similares a las de ella en ese mismo pueblo.
Estas mujeres son solo cuatro de las miles de peruanas que se estima que sufrieron violaciones durante el conflicto armado (1980-2000).
El Registro Único de Víctimas de la Violencia (RUV) de Perú reconocía hasta diciembre de 2020 a 4.751 víctimas de violaciones y a 83 de otras formas de violencia sexual en todo el país, durante este periodo.
En todo el conflicto, Sendero Luminoso llegó a acumular «hasta el 53,68% de los muertos y desaparecidos reportados a la CVR» y se convirtió «en el primer perpetrador» de la violencia, según el informe de la CVR.
Pero «alrededor del 83% de los actos de violación sexual son imputables al Estado y aproximadamente un 11% corresponden a los grupos subversivos (Sendero Luminoso y el MRTA)», dice el informe final de la CVR.
Hasta el momento, solo 13 miembros retirados del Ejército, acusados por nueve mujeres de Huancavelica, están siendo enjuiciados por estos delitos (11 como autores directos y dos como autores mediatos), ocurridos entre 1984 y 1995.
El juicio empezó en marzo de 2019, cuando el Poder Judicial de Perú declaró estas violaciones como delitos de lesa humanidad, lo cual impide que prescriban, explicó Juan José Quispe, abogado de seis de las demandantes, a BBC Mundo.
BBC Mundo habló con Patricia Wiesse, la directora del documental, sobre las historias de estas mujeres, sobre cómo el pueblo y sus familias las estigmatizaron y sobre por qué sus casos no parecen despertar mucha indignación en la sociedad.
¿Cómo se animaron las cuatro mujeres a contar su historia en el documental?
Cuando yo empecé a trabajar el tema, hace 15 años más o menos, todo era muy reservado.
Incluso hasta ahora, por ser un juicio de violación, los nombres de las señoras no pueden aparecer, aparecen las iniciales, y había un consenso entre ellas de no hablar.
Hasta que un día, Magda, la protagonista, me dijo «estoy harta de ser anónima, estoy harta de que la historia no se conozca, de que nadie sepa y yo quiero que esto se conozca».
Eso fue hace como tres años y yo dije «ya, este es el momento», y como ya las conocía a las cuatro, ya había confianza y aceptaron.
¿Qué crees que les hizo perder el miedo a contar su historia?
Han tenido que pasar años, años, 30 años, poco a poco. Yo creo que la llegada de la CVR a Manta (inicios de los 2000) fue clave.
En un momento Magda dice «yo no sabía que la violación era un delito».
Cuando llegó la CVR y Magda aceptó diálogar, comenzó a darse cuenta de lo que había pasado y a dejar de sentirse culpable. Durante todo ese tiempo eso era lo que les hacían sentir. «Tú aceptaste, tú fuiste su enamorada, pellejo de militar».
Entonces cuando comienza a hablar con las abogadas, se da cuenta y comienza a decirles a sus amigas «oye, mira, nos han hecho esto, somos víctimas y este es un delito, y hay que denunciar».
¿Por qué está tomando tantos años denunciar y enjuiciar a los acusados?
Para denunciar han tenido que pasar otro problema, otro via crucis.
Porque los soldados daban nombres cambiados, entonces las mujeres tuvieron que ir al registro civil en Huancavelica y tenían que reconocerlos por la firma, por la foto, y después de eso encontrar a la persona.
Porque no bastaba con que los reconocieran, sino que había que encontrarlos para iniciar la investigación y después la acusación. Por eso solo nueve mujeres han logrado denunciar y llegar a juicio.
Las cuatro del documental son parte de esas nueve.
¿Por qué elegiste a Magda como protagonista?
Es una mujer admirable. Fue reclutada a la fuerza por Sendero, como mucha gente, pero se escapó. Regresó a Manta cuando leyó que habían entrado los militares.
Pero cuando regresó, estaba en una lista que tenían los militares. Un soldado casi de su edad, pero armado, finalmente la atrapa, la tumba y la viola.
Ella dice que aceptó ser su «pareja» por siete meses y ¿por qué «aceptó», entre comillas?
No solo por miedo, también por el terror de que «si yo no aceptaba, venían otros y me podían violar cinco».
«Si estaba con este, este iba a hacer que los otros no se me acercaran. Si yo no estaba con este, podían venir cinco en diferentes momentos y violarme».
¿Qué otras partes del testimonio de las mujeres te parecieron las más duras?
El momento más difícil o más íntimo es cuando ellas hablan de esas secuelas que les impiden tener buenas relaciones de pareja, cuando hablan de los hijos, que los abuelos los insultaban.
Magda tuvo una hija del soldado. Tiene otra pareja con la que tuvo tres hijos más. Uno de ellos es hombre y ella siempre dice «con el hombre no puedo», y en general, «con los hombres no puedo tener una buena relación, me da nervios, no puedo ser cariñosa».
Eso se traduce en su relación de pareja y a las otras también les pasa lo mismo. Esas partes me parecieron las más terribles.
Cuando terminamos esa parte comenzaron a llorar de manera incontenible. Las consolábamos y no paraban de llorar. Pero habían internalizado que debían mostrarse fuertes y por eso aguantaban las ganas de llorar (en la grabación).
¿Por qué hiciste a Magda y sus amigas regresar a Manta para el documental?
El regreso a Manta en el documental es para que se reencuentren y puedan conversar. Ellas son amigas, pero no se ven constantemente.
Además, yo quería que sintieran qué era regresar a Manta y ver la reacción del pueblo.
¿Y cómo fue la reacción?
Ellas viven en Huancayo, ahí se mudaron todas, porque todas sintieron lo mismo. Ya no podían vivir en Manta.
Tuvieron que salir de ahí cuando eran muy jóvenes, después de que tuvieron a los hijos de los soldados, y rehacer sus vidas como pudieron.
Entonces este regreso después de tantos años causó un alboroto en la población y se formaron grupos de personas que cuchicheaban entre ellas, nos ponían la música muy fuerte para que no podamos filmar.
Sentimos hostilización hacia las señoras. Incluso nos comenzaron a decir a nosotros «terroristas» y tuvimos que llamar a una comisión del Ministerio de Cultura para que vieran que era un proyecto del ministerio.
Unos días más y ya creo que nos botaban de Manta.
¿A qué se debe el rechazo? ¿Es por parte de hombres y mujeres?
El rechazo es por parte de las mujeres y los hombres por igual. Todo el sistema patriarcal se reproduce entre hombres y mujeres.
Hay muchos motivos. Había que convencer a la gente para que dijeran realmente lo que piensan, y poquito a poquito logramos sacar algunas cosas.
Hubo gente que nos decía que ellas fueron prácticamente prostitutas, que ellas consintieron las relaciones con los soldados, que ellas tuvieron los hijos porque quisieron.
Se inventan mitos en torno a las reparaciones simbólicas que recomendó la CVR. Lo que escuchaba que decían era que «les han dado a cada una S/.100.000 (US$27.000)».
Los hombres decían que por qué a ellos no les habían dado, que ellas habían hecho todo esto para que les dieran las reparaciones y que les habían dado una cantidad enorme de dinero, algo que es totalmente falso.
Les han dado S/.10.000 (US$2.700) (a ocho de las nueve denunciantes, según el abogado Quispe), que es en realidad nada. Es casi simbólico.
¿Sus familias no las defendieron de alguna forma?
Estas cosas no solo las dice el pueblo, las dicen sus propias familias. Pero las madres lo que querían era arreglar la situación.
En el caso de Magda, al agresor le hicieron firmar un papel en el que se comprometía a regresar para reconocer a la hija (cuando Magda estaba embarazada). Pero nunca regresó.
A veces las madres eran las que presionaban más para que los nietos sean reconocidos, para que las hijas se casen con el violador.
Entonces ¿se podría decir que las violaciones y todos los abusos tuvieron efecto en todo el pueblo, además de las terribles consecuencias para las mujeres?
Es un pueblo que fue golpeado, hay un odio todavía tremendo contra los militares porque desaparecieron a mucha gente. También hay un odio a Sendero.
El pueblo vivía en cierta armonía. Era un pueblo donde eras muy pobre, pero había una armonía, la gente se llevaba bien.
Desde que entró Sendero, todo cambió. Comenzaron las intrigas, chismoseos, todo se agrava, comienzan las especulaciones sobre quién es terrorista, quién no es terrorista, quién apoya a los militares, quién es pellejo de militar.
Realmente hay una descomposición del tejido social que persiste hasta ahora, porque esto se siente en la desconfianza cuando va una persona extraña. Te ven mal, piensan que eres «terruco».
En general en toda la sierra del Perú queda esa desconfianza.
¿Hay algo que quisieras transmitir o hacer que la gente sienta con el documental?
Que traten de ponerse en el lugar de ellas. Imagínate si a ti te hubiera pasado eso. Imagínate que entre a tu casa un hombre armado y te viole y venga dos veces más con el arma y con otros que están esperando afuera y te violen otra vez.
Ponte en esa situación, y que después tu propia familia te diga que tú fuiste la enamorada, porque ha habido testimonios de algunos familiares han dicho eso.
Que la gente sienta o se imagine lo que ellas hayan podido sentir. Pero a la vez yo quería mostrarlas fuertes a las mujeres. Porque yo las veo fuertes.
Además, veo que tienen sentido del humor, son divertidas, cómplices.
He descubierto una faceta de ellas que los abogados no ven, porque las ven como víctimas siempre. Entonces yo quería mostrar eso, no el lado de víctima tradicional. Si no como mujeres fuertes.
¿Ha habido alguna reacción en la sociedad peruana ante el documental?
No hay impacto en la sociedad, más allá de la gente que va al festival de cine. El impacto no es en toda la opinión pública, sino en un sector.
Pero a través del documental, el caso reaparece en los medios, en la prensa internacional.
Eso inhibe a los jueces de tener conductas discriminatorias contra señoras con las que usualmente tienen conductas discriminatorias por ser campesinas, quechuahablantes, son como ciudadanos de segunda.
En este país son muy prejuiciosos, racistas, discriminadores. El Estado se va a cuidar más de cómo las trata.
No digo que sea una consecuencia directa del documental, pero sí es un elemento más que va creando como una conciencia en torno a lo que significa haber sido violada y ser víctima de lo que se dio en esos años de usar el cuerpo de la mujer como botín de guerra.
¿Por qué no hay en Perú una mayor indignación contra las violaciones y los abusos que se cometieron contra los campesinos?
Porque son campesinos. En las ciudades, hasta que pasó lo de la bomba de Tarata en Miraflores (Lima, 1992), la guerra era algo lejano, era algo que pasaba en «pueblitos» de la sierra.
Si estas mujeres hubieran sido mujeres de ciudad, de clase media, hubiera sido un escándalo mayúsculo, hubiera sido terrible.
Pero como son campesinas, además de la región más pobre de la sierra, quechuahablantes y pobres, son la última rueda del coche en esta sociedad, por eso es que no hay escándalo.
FUENTE: BBC MUNDO
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